Un lugar común, muy utilizado, dice que “los viejos son sabios”.
Me he levantado esta mañana con bastante buen ánimo. El cielo está despejado y un sol, más brillante que cálido, entibia el jardín. Reviso mi bolso para asegurarme de llevar lo necesario y dejar el sinfín de papeles (restos de envoltorios, ayudamemorias, comprobantes y otros) que se han acumulado desde mi última salida. Tomo mi bastón y cierro la puerta. Mientras inicio mi caminata, pienso en aquel lugar común: “los viejos son sabios”.
¿Para qué? ¿Para quiénes?, me pregunto. Lo que estoy aprendiendo, ¿puede ser considerado sabiduría? Lo que he aprendido en tantos años, ¿le sirve a alguien?
Por ejemplo:
Me resulta gracioso cuando las personas dicen: yo soy “team invierno”, o yo soy “team verano”. Y, ¿qué hay de mí? Mis tiempos son la primavera y el otoño (dos estaciones que, gracias al cambio climático, ya no existen).
Podría contarle a alguna persona (si encontrara a alguien interesado) cómo nos divertíamos en verano o cómo nos enamorábamos en primavera. ¿Sería éste un conocimiento útil para su vida? Lo dudo mucho. Salvo para ser utilizado como argumento de una película tipo “Volver al futuro”.
Podría decirle que el amor eterno no existe, que todo tiene un final y que no es feliz. ¿Por qué desearía matar la ilusión de los jóvenes? Sería como decirle a un niño pequeño que Los Reyes son los padres. Absolutamente inútil y no falto de sadismo. Y yo soy un ser amoroso. Y he aprendido la empatía en estos años de madurez.
Podría reunirme con un grupo de chicas y decirles que las mujeres son mejores amigas. Sonreirían de manera indulgente y pensarían: te lo enseñamos nosotras, abuela. Mi comentario sería totalmente fútil.
Si algo sé es que la experiencia es intransferible. Y que toda mi “sabiduría” acumulada en estos casi setenta años, sólo sirve para tener buenos recuerdos las noches de invierno junto al fuego.
Mis pasos cortos y bamboleantes me llevan de regreso a mi refugio.
Paso cerca de una pareja de adolescentes. Ella sujeta el cuello de él con ambas manos y levanta su cabeza para alcanzar los ojos del muchacho.
Estoy tentada de decirle: ¡Atenta!
En cambio, sonrío y sigo mi camino. No creo que la niña sepa valorar “la sabiduría de la vejez”.
Sobre la autora:
Soy Patricia Ponce de León. Platense de nacimiento y necochense por adopción. Profesora de C. Sociales, jubilada.
Me acerqué a la escritura en el año 2017 participando del taller de autobiografía que dictaba el profesor Juan Manuel Montero Lacasa. A partir de 2018, me sumé a su taller ComoCuento, espacio en el que aún participo. En el año 2022, publiqué mi primer libro de relatos: “Herencia”.
Escribo cuentos cortos y relatos que, por lo general, tienen temática social o histórica.
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