Al lector:
Esta novela es el resultado de la adaptación del guion literario de la biopic de Antonin Artaud, titulada El idiota o la ignorante virtud de una sociedad idiota. En este viaje, se entrelazan la vida y obra de Antonin Artaud, Vincent Van Gogh y Luis Alberto Spinetta.
Un 14 de febrero de 2014, recibí como regalo de cumpleaños el CD Artaud. Me quedé mirándolo. Mucho. No porque el objeto CD fuera ya en ese momento algo vintage, sino porque imantó mi atención una mancha amarilla esfumada que se perdía por fuera del envase plástico, verde y cuadrado. En un extremo superior, como una foto carnet, pero en daguerrotipo, vi estampado el busto de alguien en blanco y negro. Lo vívido de los colores contrastaba con el monocromo de esa imagen. Esa noche lo escuché. Lo escuché una y otra vez. Incontables veces.
A partir de ese momento, todo cambió. Inicié una aventura, un periplo, un camino voraz entre libros, artículos, cartas, material biográfico y películas. Estas son las vigas que sostienen las páginas de este libro que hoy comparto.
Ese impulso en mí es la búsqueda de que la razón esté al servicio del sentir, convirtiéndose así la poética en una guía permanente en mi vida. Ojalá estas páginas despierten una realidad genuina, duradera y propia en cada uno que se acerque a ellas.
«El cine es esencialmente revelador de toda una vida oculta con la que nos pone directamente en relación. Pero esta vida oculta es preciso saberla adivinar. Hay maneras mucho mejores que un juego de sobreimpresiones para adivinar los secretos que se agitan en el fondo de una conciencia». Antonin Artaud.
F. C.
La sangre ríe idiota
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El último invierno en Ivry-sur-Seine no fue frío ni gris como todos los demás. La sombra azul al final del camino no dejaba descansar en paz a Antonin Artaud en sus últimas noches en el asilo de dementes. Todavía sentía en las paredes de su cráneo los ecos de aquellas melodías de los tiempos en los que paseaba por los suburbios de París junto a Génica. Su alma escindida se estremecía como un pájaro que alcanza el vacío y cae al abismo. Recordaba las sesiones de electrochoques que lo llevaron a un estado de inconsciencia tan crítico que la fricción de su mente con el exterior había provocado las chispas más lúcidas de su pensamiento tal como quedó manifestado en El rito del peyote entre los tarahumaras, publicado por primera vez en la edición n.º 12 de L’Arbalète en la primavera de 1947:
Un europeo nunca aceptaría la idea de que lo que ha sentido y percibido en su cuerpo no era suyo, sino que otro ha sentido y vivido todo ello dentro de su propio cuerpo o, si no, se tendría por loco y sentiríamos la tentación de decir que se había vuelto un enajenado. En cambio, el tarahumara distingue sistemática- mente entre lo que es de él y lo que es del otro en todo lo que piensa, siente y produce, pero la diferencia entre un enajenado y él consiste en que su conciencia personal se ha enriquecido en esa tarea de separación y distribución interna a la que lo ha conducido el peyote y que refuerza su voluntad.
El fuego ardía en la salamandra de su interior. Sobre la pared de la habitación se proyectaban las sombras de las tormentas que quedaban atrás. Solo tenía ideas vagas de los pensamientos anclados en los mares, que volvían una y otra vez a su cabeza como estelas de sueños tan vívidos y tan confusos como relámpagos enceguecedores. Intentó contemplar su rostro en el espejo roto de su mesa de luz.
Todo lo que ocurriría al día siguiente sería producto de su pasado. En su conciencia más profunda lo sabía, aunque no podía reconocerlo. La cama amplia y las sábanas limpias y suaves eran justo la antítesis de lo que sucedía en su espacio interno. El escritorio de madera gastado repleto de retratos amorfos, discursos y pensamientos inconclusos reflejaba los vestigios de una historia que todavía estaba por escribirse. La nostalgia se vertió en su habitación y se fundió con el ambiente de un tono sepia. Andrei Gorchakov seguramente lo vivió de esa forma en su hotel de Bagno Vignoni.
A pesar de que no tenía las energías suficientes para continuar luchando en el encierro demencial de su propia cárcel, su cuerpo, su mente fragmentada y su propia muerte no podían soltar aquellas imágenes del pasado, no podían soltar las huellas de la tarde en Marsella donde todo comenzó.
Altas mareas del sol
Tenía seis años y se encontraba disfrutando de un baño de verano en las aguas de la costa francesa. La insignificancia de su pequeño cuerpo en la inmensidad del mar no pasaba desapercibida para su madre, Euphrasie, quien lo observaba con atención. La urbe cumplía una vez más con los ciclos diarios de cualquier ciudad portuaria. A esa hora partían más barcos de los que llegaban. Las señoras coquetas comían su croissant en Le Panier, mientras los vagabundos intentaban impregnarse de los primeros rayos del sol para tener el calor necesario para el resto del día. Las olas rompían con suavidad, y el pequeño Antonin contemplaba a los pesqueros arribar, mientras la sal de la luz del sol era absorbida por el agua hacia su interior. No entendía de dónde provenían esos pensamientos tan complejos.
De pronto, se dejó llevar por los turbios resplandores hacia el fondo, apreciando los espacios oscuros del Mediterráneo. Comenzó a sentir un intenso ardor en el pecho y una claridad meridiana parecía entrar en sus ojos. No podía respirar y la calma aparente se interrumpió por la falta de aire. Podía observar el enérgico movimiento de sus manos buscando la superficie. El resplandor aparecía y desaparecía entre las sombras como si se encontrara en un bosque de altos cipreses una tarde de febrero en Arlés, cuando los vientos son más fuertes. Percibió miedo por primera vez, no supo a qué. Pero algo aterrador nacía en sus entrañas provocando tensiones nerviosas. A pesar de sentir que su lucha por buscar la luz del sol era en vano, continuaba agitando sus extremidades. De repente, su cuerpo se calmó. Sintió un éxtasis particular, como si toda la energía celestial penetrara en su ser.
Sobre el autor:
Francisco Capalbo (Buenos Aires, 1987) es licenciado en Ciencias de la Comunicación, Opinión Pública y Publicidad por la Universidad de Buenos Aires, y magíster en Estudios de Cine y Audiovisual Contemporáneos por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Su tesina, El viaje a la infancia en el cine contemporáneo, con tutoría de Santiago Fillol, explora las narrativas poéticas de autores clásicos, como Andréi Tarkovski y Víctor Erice, y contemporáneos, como Milagros Mumenthaler o Andréi Zviáguintzev. En la actualidad es asesor independiente en diversos proyectos de comunicación.
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