Toda comunidad se asienta sobre una trama de memorias compartidas. Esa unidad de recuerdos, gestas fundacionales, personajes que dieron forma a un territorio, constituye lo que en sociología se denomina “identidad colectiva”. No se trata únicamente de nombres en placas de bronce o fechas grabadas en un calendario oficial: es un relato vivo que, de alguna forma, moldea la manera en que los habitantes nos reconocemos, nos valoramos y proyectamos hacia el futuro.
Durante la semana, el equipo de redes de Ecos Diarios salió a la calle a consultarle a los vecinos si conocían quién había fundado nuestra ciudad. Una pregunta que parece sumamente simple y sencilla, tuvo respuestas que realmente llaman la atención. No sólo por el desconocimiento, en algunos casos, sino también porque muestran, en algún sentido, la necesidad que tenemos como sociedad de reconocernos.
En este sentido, la pregunta que surge resulta inquietante: ¿qué sabemos realmente sobre quiénes fundaron nuestra ciudad? ¿Cuánto de ese conocimiento circula en las escuelas, en la vida cotidiana, en la memoria urbana?
La respuesta, por incómoda que parezca, es que el saber popular sobre los fundadores de Necochea es limitado, difuso y, en gran medida, inexistente. Más allá de la mención a nombres ilustres como Mariano Necochea -general de la independencia cuyo apellido terminó bautizando la ciudad-, el grueso de los ciudadanos desconoce las historias de aquellos que, a fines del siglo XIX, impulsaron la radicación en estas tierras: pioneros agrícolas, comerciantes, inmigrantes que trazaron las primeras calles, abrieron almacenes, levantaron capillas y escuelas. El anonimato de estos hombres y mujeres, constituye un vacío que debilita el sentido de pertenencia.
La identidad de los pueblos no se puede reducir a un dato anecdótico: opera como un factor de cohesión social. Saber de dónde venimos ayuda a entender quiénes somos y hacia dónde queremos ir. La ausencia de un relato fundacional fuerte en Necochea podría explicar, al menos parcialmente, ciertos rasgos de su desarrollo. Una ciudad que no recuerda a sus padres fundadores es también una ciudad que corre el riesgo de carecer de un horizonte compartido.
Sociológicamente, la memoria histórica cumple funciones esenciales. Por un lado, da continuidad: las generaciones se sienten parte de una cadena. Por otro, refuerza valores comunes: trabajo, sacrificio, esfuerzo comunitario. Y, finalmente, otorga sentido de arraigo: quienes vivimos acá, percibimos que no habitamos un espacio vacío sino un lugar cargado de significados. Allí radica la importancia de conocer y reivindicar a quienes sentaron las bases de Necochea.
El desconocimiento colectivo sobre los orígenes puede vincularse con una construcción identitaria marcada por la dispersión. Necochea es una ciudad relativamente joven en comparación con otras del interior bonaerense, y su desarrollo estuvo atravesado por oleadas inmigratorias que, si bien enriquecieron culturalmente la zona, también pueden haber diluido la centralidad de un relato fundacional único. A ello se suma un factor más reciente: la escasa transmisión intergeneracional de estas historias en ámbitos educativos y sociales. Mientras otras ciudades celebran con fervor los aniversarios de sus fundadores, erigen monumentos y organizan jornadas de memoria, Necochea no lo tiene en el centro de la escena.
Las consecuencias de esta desmemoria no son menores. Un pueblo que desconoce sus raíces tiende a percibirse como efímero, sin pasado, sin sustento. En términos de desarrollo urbano y social, esta carencia puede expresarse en una identidad fragmentada, en dificultades para consolidar proyectos colectivos y en una sensación recurrente de “ciudad de paso”, más que de destino consolidado. Quizás no sea casual que en el debate local aparezcan con frecuencia diagnósticos sobre la falta de planificación a largo plazo, la dificultad de pensar políticas estratégicas o la constante tensión entre intereses sectoriales.
Conocer quiénes fundaron Necochea, quiénes fueron los primeros que se instalaron en estas costas, quiénes levantaron las primeras casas y qué sueños los guiaron no es un mero capricho histórico. Es, en cambio, una tarea urgente de reconstrucción cultural. Porque allí reside la semilla de un orgullo colectivo que fortalece el presente y allana el camino hacia el futuro.
No se trata, por supuesto, de inventar héroes donde no los hubo ni de glorificar sin crítica los procesos de colonización. Se trata de recuperar las historias, con sus luces y sombras, y transmitirlas como patrimonio común. La identidad se forja también en la tensión entre la épica y la contradicción, entre los logros y las dificultades. Lo esencial es no permitir que esas memorias se pierdan en la indiferencia.
En este punto, la educación juega un papel decisivo. La escuela primaria y secundaria deberían ser escenarios privilegiados para acercar a los jóvenes a los relatos de los primeros pobladores. Es cierto que la çurrícula depende de la Provincia, pero las escuelas locales también deben darle trascendencia a nuestra propia historia. Si bien lo hacen, tal vez habría que reforzar esas cuestiones.
Las calles, plazas y espacios públicos podrían resignificarse como soportes de memoria: no solo nombres, sino historias contadas en murales, placas con códigos QR, recorridos turísticos que integren pasado y presente. Incluso los medios de comunicación locales tenemos, evidentemente, un rol que asumir en esta tarea, rescatando testimonios, publicando investigaciones y promoviendo debates ciudadanos sobre la identidad.
Por supuesto, las autoridades políticas también tienen una cuarta parte de responsabilidad en este tema,
La sociología nos recuerda que un pueblo con memoria es un pueblo con capacidad de proyectar. Y Necochea, con sus potencialidades portuarias, turísticas y productivas, necesita más que nunca ese sostén simbólico que la ancle en un relato común. El olvido no es solo una carencia cultural: es un obstáculo para el desarrollo. Porque allí donde no hay identidad fuerte, la cohesión se debilita, y con ella las energías para afrontar los desafíos colectivos.
Quizás sea hora de que Necochea asuma esta deuda consigo misma: mirar hacia atrás, descubrir y redescubrir a quienes hicieron posible la ciudad, y transformar ese saber en orgullo.
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