Ricardo estacionó el auto, respiró profundo y se tomó unos minutos antes de bajar; tenía que realizar una dolorosa tarea, como hijo único no tenía opciones. sí o sí le correspondía.
Abrió la puerta cancel, traspasó el umbral, se detuvo unos instantes antes de subir las persianas, mientras las lágrimas que tanto había escondido esos días, rodaban por sus mejillas.
Se sentía un intruso, un ladrón de recuerdos e intimidades.
Hacía cerca de un mes que su madre, doña Margarita, como la conocían todos, había dejado este mundo, y esta tarea de desocupar la casa, deshacerse de sus cosas, la venía postergando, sin embargo, hoy es el día de llevarla a cabo.
Parado en medio de la sala de estar, se preguntó por donde empezar, pasó suavemente su mano por los muebles, como acariciándolos.
Tomó valor y se dirigió al dormitorio, abrió el placard y comenzó a doblar y separar ropa. Casi había terminado con esta primera parte cuando vio que en el estante más alto había una valija. La bajó y al abrirla se encontró con unos acolchados, frazadas, y una colcha ya desteñida. Se preguntó por qué las había guardado su madre; esto le provocó una sonrisa,(siempre fue así Margarita; guardaba cosas que con seguridad no volvería a usar; eso sí: todo en perfecto orden, era muy pulcra.)
Comenzó a desdoblarlas y de una de ellas cayó una cantidad importante de billetes, unos pocos dólares y muchos patacones. Al ver estos últimos se conmovió, los tomó con cierta nostalgia y ese contacto hizo que su memoria lo lleve hasta los años 2001/2002, cuando un patacón equivalía a un peso convertible.
En un principio solo se utilizaban para pagar salarios de la administración pública, luego su uso se generalizaría. Recordó cuando los recibió por primera vez, en ese entonces era empleado en la Municipalidad de Flores; al tenerlos en sus manos se preguntó "¿ Qué hago con esto?
Era una época muy complicada económicamente. Esto lo angustiaba, ya no era tan joven, estaba cerca de su jubilación, permanecía soltero, no había encontrado el amor.
Él y Margarita estaban solos, se apoyaban mutuamente. Las lágrimas volvieron a sus ojos, le dolía el alma. Cuántos recuerdos trajeron esos patacones, con cuánta ilusión los habrá guardado su madre, seguramente pensando en él.
Ahora, se le presentaba una disyuntiva, qué hacer con ellos. Romperlos, quemarlos, esto le produce tristeza, es como quemar una parte de su historia. Finalmente los introdujo en una bolsa, se dirigió al quincho, los puso en la chimenea y al encender el fósforo lloró desconsoladamente, porque esas llamas estaban quemando mucho más que unos billetes inservibles.
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Beby Roldán, jubilada. Desde pequeña evidenció su pasión por la lectura. Se formó como escritora en distintos talleres literarios. Escribe poesía y narrativa. Narradora de leyendas tradicionales. Conductora de espacios radiales.
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