En la jerga policial, “enfriar” un vehículo robado significa esconderlo, dejarlo dormir unas horas o días hasta que las aguas se calmen. Es un método tan viejo como el delito automotor mismo, y en Necochea, como en tantas otras ciudades, el término se escuchaba cada vez más seguido. Hasta que, esta semana, el frío se transformó en calor. Un calor intenso, de reflectores y chalecos antibalas, que terminó iluminando un patio de calle 31 entre 86 y 88, donde tres vehículos robados y una gran cantidad de autopartes esperaban su destino en silencio.
La escena podría haber pasado desapercibida para los vecinos: una vivienda común, un portón que abre y cierra, movimientos discretos. Pero la historia detrás era otra: camionetas de alta gama sustraídas en Mar del Plata, un automóvil robado en Necochea y un taller clandestino de desguace. Era el eslabón local de una cadena que, como en toda red delictiva bien aceitada, se extiende más allá de las fronteras municipales.
La investigación no empezó el jueves por la tarde, cuando se dio el golpe. Fueron semanas de trabajo paciente, de revisar una y otra vez las imágenes del Centro de Monitoreo municipal, de cotejar videos de cámaras privadas, de seguir la pista de patentes que no coincidían con los rodados. El ojo humano hizo lo suyo, pero también la tecnología: las lectoras de dominio en las rutas de acceso detectaron la llegada de los vehículos y marcaron la hoja de ruta de la banda.
La Policía de la Seccional Tercera, con el apoyo del Grupo de Apoyo Departamental, afinó cada paso. No se trataba solo de caer sobre un lugar y secuestrar lo que hubiera; el objetivo principal era llegar con las pruebas en la mano, de poner en jaque a una organización que no trabaja al azar. En el operativo, la presencia del Superintendente de la Policía Atlántica III, Oscar Orellano, y del jefe de la Departamental Necochea, Christian Elía, no fue protocolar: fue la señal de que se estaba dando un golpe de alto impacto.
Entre el olor a metal cortado y grasa de taller, aparecieron las pruebas: dos Toyota Hilux de alta gama, un Volkswagen Up, innumerables piezas y accesorios, chapas patentes adulteradas, herramientas para el desarme. Un inventario que revela más que un simple depósito: el lugar funcionaba como desarmadero clandestino, con la maquinaria y la logística necesarias para abastecer el mercado negro de autopartes.
En ese patio terminó detenida una mujer de 26 años. Su papel en la organización aún es materia de investigación, más allá de que fuera liberada al otro día, pero los fiscales ya saben que este procedimiento es apenas la punta del iceberg. Hay vínculos con Mar del Plata y, probablemente, con otras ciudades de la región. Lo que aquí se “enfriaba” estaba destinado a circular muy lejos, con nueva identidad y nuevos dueños.
El municipio no fue espectador. El subsecretario de Prevención y Monitoreo, Ángel Vázquez, lo explicó con claridad: “Las imágenes de las cámaras y las lectoras de patentes fueron un eje central para ubicar el lugar”. Sin ese material fílmico, la Policía hubiera tenido que avanzar a ciegas. Y aquí hay un dato que no es menor: la cooperación entre fuerzas de seguridad y la estructura municipal de monitoreo funcionó como engranaje aceitado, un ejemplo de cómo se puede trabajar de manera coordinada.
Pero este golpe no cierra la historia. De hecho, la abre. Porque cada vez que se desarticula un desarmadero, aparece una pregunta incómoda: ¿cuántos más hay operando en silencio? El hecho de que las camionetas halladas fueran robadas en Mar del Plata y trasladadas hasta Necochea demuestra la movilidad y alcance de la organización, y obliga a pensar en estrategias de cooperación interjurisdiccional más sólidas.
La ruta provincial 88, que une Necochea con Mar del Plata, pareciera ser un corredor obligado para estas operaciones. Desde el municipio ya piden reforzar los controles allí, y no es un reclamo antojadizo. Mientras el mercado negro de autopartes siga vivo, la tentación de robar y desguazar seguirá siendo negocio.
Este operativo deja varias lecciones. Que la tecnología, cuando se la usa de forma inteligente, puede ser tan efectiva como un patrullero en la calle. Que la cooperación entre municipio y Policía no es un discurso vacío, sino una herramienta capaz de dar golpes certeros. Y que las bandas dedicadas al robo automotor no son improvisadas: tienen logística, contactos y la frialdad suficiente para mover sus piezas sin que el ciudadano común lo note.
Hoy los vehículos robados están bajo custodia, las autopartes fueron incautadas y la investigación sigue su curso. Pero, sobre todo, quedó demostrado que con trabajo coordinado se puede incomodar al delito, obligarlo a retroceder. Y eso, en un contexto donde muchas veces gana la sensación de impunidad, es una bocanada de aire fresco para la comunidad.
La historia seguirá, seguramente con nuevos procedimientos y más nombres sobre la mesa. Por ahora, queda el eco de un allanamiento que encendió las luces en un rincón oscuro de la ciudad. Y la certeza de que, al menos esta vez, el frío de los autos “enfriados” se quebró con el calor de la acción.
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