Fascinada con el paisaje que llegaba a través de los ventanales, gozaba con los distintos tonos circundantes que brindaba el espacio. Era un festival multicolor digno de ser logrado en la paleta de un pintor. Los paisajistas que diagramaron el arbolado de la zona combinaron dimensiones y colores considerando las distintas estaciones del año; los cipreses, aguaribayes y siempre verdes se hacían lugar creciendo entre los pinares y tamariscos. La ondulación del suelo arenoso aportaba los altibajos que enaltecían las imágenes. La naturaleza ofrecía cada hora, un cuadro diferente. La mayor atracción del espectáculo sucedía al atardecer cuando las sombras comenzaban a agigantarse. La danza de la arboleda agitada por el viento que durante el día aparecía etérea y glácil, poco a poco a la hora crepuscular se transformaba en gigantes grotescos y espectrales.
En el firmamento, nubarrones grises avanzaban presagiando la tormenta y oscureciendo el entorno.
Las luces comenzaban a encenderse tímidamente y el cielo insistía vistiéndose de negros fantasmas que pugnaban por invadir y enlutar los espacios.
Aletargada en el sillón, una densa y oscura niebla envolvió el espacio hasta confundirme en el paisaje.
Sobre la autora:
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María Rita Gil, docente y escritora necochense. Como habitante de mar, de río, de parque y de tierra fértil, el paisaje me conmueve y me motiva, es el contexto que socialmente me interpela y atraviesa. Emociones, sentimientos y palabras emergen para describir espacios y situaciones reales o imaginarias. Conectarnos con la escritura implica mirar con el corazón y vincularnos con las palabras que es el modo más sencillo de identificarse y hermanarnos como seres humanos.
Autora de los libros: “De soles, arenas y espumas”, “Horizontes de Mar”, “Los chicos de la Escuela 40,una historia digna de ser contada” y “Un libro para desarmar y compartir”
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