San Pedro no sabía que hacer con tanta gente. Atendía todos los días a personas que llegaban de todo el mundo y a esa hora del lunes tomó valor y golpeó la puerta de la oficina superior. Alcanzó a escuchar un estruendoso: “¡En una hora bajo!” de su jefe, con la prepotencia propia del que se siente patrón. El pobre San pedro ya no sabía qué decirle a ese Cura que llegó el domingo por la tarde y que parecía estar muy apurado por rendir cuentas de lo hecho abajo.
- “Dice el Barba que en una hora baja. Cuándo lo vea vestido así, lo atiende a usted primero, supongo. Por ser del gremio…”
- “¿Qué le pasó? – Preguntó el Cura.
- “Es muy fierrero ¿vio?”. Ayer yo estaba mirando la Fórmula 1 con Él y cuándo se despistó Senna dijo: “Esto es terrible”. Enseguida apagó el televisor. Ahí empezó a blasfemar contra los popes de los espectáculos deportivos. Dijo que ya no hacen nada para proteger a las personas, que Él sabía que esto iba a ocurrir, que la ambición iba a lograr una cosa de éstas. Me habló que por las reglamentaciones nuevas de vetar las suspensiones inteligentes, Williams no tuvo mejor idea que hacer la famosa “bajada” de la suspensión trasera para darle mas efecto suelo al auto y que esto no hizo más que hacerlo inestable. Después me dijo, enojado: “…y este muchacho se quejó, pero nadie le llevó el apunte…” Estaba muy cabrón el Don, Padre. Es como si esto no lo hubiera esperado. ¡Justo Él que parece tener todo digitado, esto se le escapó de las manos! Así que me pidió que al muchacho lo manden derecho con Él y que yo me encargue del resto.
El Cura abrió los ojos como no pudiendo soportar la herejía: “¡Esto es una falta de respeto, tanto lío por un simple piloto!” – exclamó.
Pedro lo miró mal y ahí, enseguida, le dio un sermón: “Mire. Con todo respeto se lo digo. Senna no era un simple piloto ¿sabe? Él aceleraba con el corazón, le daba vida a todo ese circo tecnológico en el que se están transformando las carreras de autos. ¿O usted se emocionó alguna vez como yo en aquella carrera hace un par de años que Ayrton ganó bajo la lluvia? Yo miraba la tele y lo relojeaba al Barba para asegurarme que era el garoto que manejaba y no Él, Padre. Ya un año antes en Mónaco lo acechaba bajo el agua a Prost y le pararon la carrera. Era cierto lo que dijo luego de que el poder no podía permitir semejante humillación. El no quería poder, quería gloria. Se ganó todo a fuerza de coraje, a pulmón.”
Y para que al nuevo habitante del cielo no le quedaran dudas de su postura, Pedro remarcó: “Y sin embargo desde ese pedestal adonde lo quisieron subir, Senna no se confundió y siguió siendo uno más. No bajaba línea como ciertas instituciones poderosas que Usted conoce muy bien, Padre. Y ayudó a los que más necesitaban sin sermones, los ayudó con acción. Usted me dirá que tenía los medios, es cierto. Pero, ¿cuántos con medios conoce usted que hagan lo mismo que este muchacho? Así que siéntese allí y espere sin molestar, por favor”.
Cuando un joven periodista de una FM de Balcarce se acercó a la casa del Quíntuple esa noche para lograr un testimonio del rey que años atrás había elegido a Senna como sucesor, escuchó la sentencia de la señora que cuidaba al “Chueco”: “Juan Manuel dijo que no va a hablar hoy, lamenta la pérdida y está visiblemente triste. Pero no se preocupen: está sereno y lúcido. Ahora mismo está hablando por teléfono…”
Cuando se abrió la puerta de la ofician superior, San Pedro y el Cura miraron. Dios salió serio y a éste último le dijo: “Pasá, enseguida te atiendo.”. Se acercó a San Pedro y le susurró al oído: “Hablé con el Chueco anoche, dentro de un año viene. Nunca más carreras por tele, Pedrito…”.
Sobre el autor:
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Soy Gustavo Pernas. La literatura me acompaña desde un sábado de 1996, cuando mi vieja me alcanzó un mate mientras yo cortaba el pasto para ganarme unos mangos para la salida de esa noche. Y trajo la Spika: al encenderla, Apo leía a Fontanarrosa. Por él conocí a Sacheri, a Galeano. A Dolina lo conocía de trasnochar juntos, con la radio bajo la almohada.
Luego, tuve un frustrado paso por la Universidad de Periodismo de la UNLP. Pero recuerdo una docente que me presentó los autores que quería leer en secundaria: Abelardo Castillo, Borges, Cortázar. Gracias a los malditos Bukowski y Poe, descubrí que pertenecía a una generación lectora que se sentaba a leer y al descubrir que estaba amaneciendo, preguntarte: “¿En qué momento pasó la noche entera?”. Estabas adentro de un lugar. Ahí empecé a escribir. Hoy, doy clases de Literatura. En épocas de ventanas que se abren y libros que se cierran, busco contagiar la rebeldía de abrir un libro para entrar a una nueva historia siga sucediendo.
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