Está sentado en la butaca doble del primer piso del ómnibus. Casi no viaja nadie. Lógico, es de madrugada y el invierno no convence a muchos para moverse grandes distancias.
Aprovechó la ventanilla, y la sintió como un pequeño triunfo, quizá como una medalla al mérito, o un diploma mención de asistencia perfecta de la escuela primaria.
Poco a poco Hipnos debilitó su voluntad de quedarse despierto. Tomó una manta polar de su bolso de mano y la usó para taparse. Si bien el asiento era confortable, no era la octava maravilla del mundo para tratar con cuidado su reumatismo y sus vértebras gastadas.
Despertó con el amanecer gélido carcomiéndole sus hombros. Habían llegado a uno de sus tantos puntos de descanso. Pensó en bajar a comprar unos puchos, pero ningún quiosco estaba abierto. Puteó por lo bajo. “Un cigarrillo en plena noche de invierno no se le debería negar ni al peor enemigo” pensó en voz alta.
Se acomodó nuevamente para descansar otro tramo, total, faltaban unas ocho horas mas para llegar a destino. Empezó a cabecear a los diez minutos.
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Una voz lo trajo de nuevo a la realidad. Una mujer de ojos azules le pidió humildemente si podía compartir con ella el asiento y la manta, pues sentía mucho frío.
Percibió algo raro en aquella mujer. Quizá porque la veía como envuelta en una especie de polvo, o porque también el sopor no le permitió pensar con claridad, el hecho es que accedió sin muchos inconvenientes con tal de que pudiese dormir a gusto.
Ella soltó una pequeña risa luego de contemplar como aquel hombre se daba media vuelta y dormitaba con el rostro contra la ventanilla.
Despertó otra vez, pero con ella aún a su lado durmiendo plácidamente. Evitó moverse con brusquedad y sacó de su bolso un libro: “Ojos de hielo” era el título de aquella obra.
Llegando al ecuador de su lectura, notó como la mujer, ya lúcida, miraba atentamente su libro. Ella le pidió disculpas con una sonrisa, pero no pudo evitar atraparse en aquel relato.
Ambos se presentaron y conversaron un rato. Coincidieron en que estaban viajando en busca de una persona en particular. Ella preguntó con curiosidad y el respondió avergonzado que se trataba de un viejo amor de juventud. Era una muchachita con la que compartieron el barrio durante años, pero al crecer, el trabajo y sus estudios hicieron que tuviese que dejar su ciudad.
Aquella mujer se llevó una mano a la boca por la sorpresa. Ella también buscaba a un viejo amigo suyo de la infancia. Lo quería con locura, e incluso soñaba con casarse con él, mencionó entre risas, pero nunca tuvo el valor para confesarse.
Las horas pasaron. Sin embargo, viaje les pareció cuestión de minutos entre anécdotas, charlas, reflexiones y risas. El notó algo en sus ojos, como si dos bellísimos espejos de agua lo invitaban a zambullirse en ellos. Trató de mantener la compostura, a los setenta y cinco años no se sentía para los trotes del amor impulsivo.
El colectivero anunció su destino. Al comprender que el debía bajar, ella soltó unas lágrimas. Consternado, él le extendió su pañuelo y limpió sus ojos. “Con una mirada como la suya, lo mejor que puede derramar son sonrisas, no lágrimas” comentó con amabilidad.
Ella lo tomó de las mejillas y le dio un dulce y cálido beso en los labios. De repente todo fue claro: las tardes tomando leche con miel, jugando en la quinta de los vecinos, las veces que compartieron toboganes, sube y bajas, hamacas y calesitas, Los caramelos en el recreo, el chocolate que ella le regaló para San Valentín, y que el agradeció sin siquiera saber qué día de la semana era.
Todo se volvió nítido. El dolor y cansancio de su cuerpo habían desaparecido.
- ¿¡Elisa!? ¡Después de tantos años…!
- Es una pena que hayas llegado un poquito tarde Luciano… Espero verte de nuevo en otra ocasión.
Ante sus ojos atónitos, la mujer se desvaneció. Cuando aquel hombre llegó a su destino, los hijos de Elisa le comentaron que ella había fallecido hacía varios años, y que luego de enviudar quedó con la esperanza de volver a encontrarlo, aunque sea una vez más.
Antes de partir de nuevo, le obsequiaron una vieja foto en sepia, y una restauración a color. Eran dos niños: Elisa y Luciano. Él, con su misma mirada perdida quien sabe en qué horizonte, ella con sus mismos claros ojos azules, lo miraba con una sonrisa radiante.
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Sobre el autor
Nombre: Jerónimo Franceschini
Edad: 33 años
Cronista deportivo, periodista y locutor de distintos segmentos radiales de Necochea. Desde 2017, forma parte del espacio de escritura creativa “Fabuladores”, en donde continúa elaborando anécdotas, relatos y cuentos de su autoría. Próximamente, una recopilación de los mismos formará parte de su primer libro.
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