—El tesoro está al final, mi amor, en el pozo —dijo Berta.
—¿En qué pozo? —preguntó Fermín.
—En el que vas a cavar, debajo del foco de la cocina —dijo la difunta y se difuminó en una niebla dorada.
La niebla adoptó la forma de un cofre colmado de monedas. El viejo se dio cuenta de que estaba soñando y despertó.
Así, siete noches seguidas.
A doña Berta había que cambiarle una válvula del corazón. La operación salía un ojo de la cara, PAMI no la cubría, vivían solos en La Falda, no tenían hijos ni parientes. Pusieron la casa en venta. Pero, antes de que aparecieran los compradores, a doña Berta la llamó Dios.
A la noche, cuando Sandoval regresaba de la obra, veía el porche de don Fermín. Las luces apagadas y, en las penumbras, una brasa pálida que se encendía y volvía a debilitarse. Detrás de aquella brasa adivinaba al viejo, fumando con los ojos empapados. Pero el peón de albañil nunca había sido bueno para consolar a la gente. Aparte, venía molido por una jornada de doce horas, con la firme idea de tomarse una sopa y acostarse. Así que desviaba la mirada, apuraba el paso.
Una tarde no pudo evitar que don Fermín lo llamara.
—Sandoval, ¿vos podrías prestarme una pala? Necesito cavar un pozo, ¿sabés?
Sin que nadie le preguntara, el viejo le reveló lo del sueño.
—¿Y quién iba a dejar un tesoro enterrado? —reflexionó Sandoval.
—Vos no digas nada, no vaya a ser que me tomen por loco. Nomás te pido la pala.
Sandoval se alejó hasta su casa. Volvió con un pico y una pala de punta.
—Si me disculpa, me voy a descansar —dijo.
En mitad de la noche, creyó oír el pico, ¿o era la pala?, que se clavaba con una cadencia lenta. ¿Y si el viejo tenía razón? ¿y si había un tesoro enterrado? Doña Berta siempre había sido medio bruja, le curaba el empacho a los pibes, andaba con el tema del tarot. Aparte, Sandoval había escuchado en la radio sobre el oro de los nazis, que se refugiaron en La Falda después de la caída de. ¡Hey! ¿No era hija de alemanes, doña Berta? ¡Sí!, si tenía ese apellido…Burke, Bruike, algo así.
Tras otra jornada en la obra, Sandoval volvió al barrio. Don Fermín ya no pitaba en el porche, seguro se hallaría adentro, cavando. Pasó a golpearle la puerta. Al rato asomó el viejo, con unos pantalones y una musculosa amarronados.
—¿Cómo va el pozo? —preguntó el peón, sin más.
—Bien, hijo —el viejo sacó un paquete de Philips, encendió uno y le convidó.
—¿Le hace falta algo más?, puedo conseguirle una carretilla, si quiere.
—Pasá, mirá —dijo don Fermín—. Voy de a poco.
Llegaron hasta la cocina: el pozo tendría, a lo sumo, veinte centímetros de profundidad.
—Voy de a poco —repitió el viejo. Se rascó la cabeza con las uñas renegridas— ¡Si la hubieras visto! Sonreía, se veía tan contenta, tan bien… —dijo, bajó la cabeza, se refregó los ojos.
Si había algo que a Sandoval lo irritaba más que el llanto de una mujer, era el llanto de un hombre.
—Oiga —dijo, mientras le tocaba el hombro—, ¿si le doy una manito?, ¿cuánto me pagaría?
El viejo se sonó la nariz con la musculosa. Levantó la mirada, lo observó con ojos vidriosos.
—¿Con qué voy a pagarte, mijo? Imaginate: se me fue la viejita porque no pudimos cubrirle la operación y después —la boca se le abrió en una mueca horrible, de la que colgaban dos hilos de baba—, ¡después no me alcanzó ni para el cementerio!
—Tranquilo, don Fermín. Yo lo ayudo. No necesita pagarme ni nada, pero si encontramos el tesoro usted me da la cuarta parte. ¿Estamos? —Incrédulo, el viejo se pasó el revés de las manos por las mejillas— ¿Tiene idea de cuánto hay que cavar?
—Berta no me dijo. Pero el tesoro está acá abajo. Te lo aseguro.
—Es hoy —le dijo Berta.
—¿Hoy qué? —preguntó él, que corrió a abrazarla.
—Hoy vas a encontrar el tesoro —dijo ella mientras se difuminaba.
El viejo Fermín se despertó con sus brazos cerrados sobre el vacío.
A los seis meses, el pozo iba por los treinta y nueve metros. Sandoval había apuntalado las paredes con tablones y fierros. Instaló luces, un bombeador de aire y un montacargas con poleas. Todo de su bolsillo, registrado en un cuaderno que compartía con don Fermín.
Claro que había dudado del emprendimiento, cuando iba por los diez metros, más a los veinte, mucho más a los treinta. Pero en cada ocasión razonó de la misma manera: Si dejaba de cavar y el tesoro estaba ahí nomás, sería como un tipo que sigue a un número de la quiniela, un día deja de apostar y ese día el número sale.
Lo que más le molestaba era el vejete. Quería sumarlo al club de los locos. No paraba de hablarle de doña Berta: que cuando la conoció, que lo habían rechazado los suegros, que cuando viajaban a la costa, que el color de los calzones. Había tapizado las paredes con cientos de fotos, sobre las que anotaba frases, con lápiz de labios, como si Berta las escribiera: «No te olvido, Fermín», «Te extraño, Fermincito», «Te amo, mi viejo». Ni bien llegaba, el peón procuraba meterse lo antes posible al pozo, para no sufrir con aquellas incoherencias.
Ese día, como tantos otros, don Fermín lo recibió moqueando.
—¡Es hoy!, ¡Bertita me dijo que es hoy!
—Ajá —dijo Sandoval y se apuró a meterse en el montacargas— Ya lo veremos.
Veinte minutos más tarde, su pico chocó contra algo metálico. Sandoval cavó con frenesí, hasta que afloró el cofre, exactamente en el centro del pozo. Se le aflojaron las piernas y cayó de rodillas como ante Dios. La tapa del cofre invitaba a abrirla. Cuando la levantó, rebalsó una cascada de monedas doradas. Sandoval se llenó las manos y las frotó contra su cara, lavándose en oro.
Ascendió del pozo montado sobre el cofre. Arriba lo esperaba el viejo. Se abrazaron como dementes. Sandoval había realizado la totalidad del trabajo, pero le correspondía solo el veinticinco por ciento.
Resolvió la injusticia con un simple empujón.
Y cuando, tras la sorpresa, Fermín venía cayendo, más o menos por la mitad del pozo, una sonrisa le iluminó la cara: en ese momento comprendió cuál era el tesoro que lo esperaba al final.
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SOBRE EL AUTOR
Marcelo de la Hera es escritor, editor y coordinador de Fabuladores, un espacio de escritura con orientación a la narrativa.
Algunos de sus relatos cortos han sido publicados en antologías en España y Venezuela. Al frente de la editorial Fabularia ha editado dos antologías de trabajos de autores necochenses.
En 2023 publicó Volar y despegar, un volumen de cuentos en los cuales la vida cotidiana se topa con lo insólito.
El cuentario puede adquirirse en Amazon a través del siguiente link: https://www.amazon.com/Despegar-y-volar-Cuentos-Spanish/dp/B0CHL7M32Y
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