De niño siempre soñó con ser sanador.
Pero no como aquel curandero que vivía en las afueras del pueblo, al cual consultaban para aliviar cualquier mal, físico o del corazón, sobre todo las mujeres, el mal de ojo, el empacho de sus hijos, algún gualicho para atraer a el amor de sus sueños, o algo más fuerte para alejar a la intrusa que se interponga entre ellas y ese amor.
Él quería ser sanador de túnica blanca, caminar por los pueblos, con pájaros siguiéndolo: como había visto en alguna película; no se imaginaba trabajando o estudiando (eso era para la gente común) no para él; lo que sí llevaría sin ninguna duda es a Pirincho, su perro; le enseñaría algunas piruetas, para atraer a la gente que así pensaría, que también él era un enviado; tendría que aprender algunos pasajes de la Biblia, que luego transformaría de acuerdo a la necesidad del momento.
El tiempo, sepultador de sueños, lo llevó a pasar sus días detrás de un escritorio, transformado en un ser taciturno, que jamás sonreía ni entablaba diálogo con ningún compañero de oficina.
Hoy, ya jubilado, se interna cada mañana en el camino más escondido del bosque, en esa caminata disfruta de la conexión tan especial que siempre tuvo con la naturaleza, escucha los diálogos entre los ramajes de los árboles, que son igual de chismosos que los humanos; algunos de esos chismes le causan gracia, otros le erizan la piel.
Este camino es su lugar en el mundo; lo siente enteramente suyo.
Otra cosa son los duendes; siente que lo siguen, tiene una conexión especial con ellos, que todo lo saben; sus sueños, sus frustraciones, por eso se cuidan de no molestarlo.
Él, agradecido, se pregunta cada día: ¿ Sabrán que soy sanador?.
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Sobre la autora:
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Beby Roldán, jubilada. Desde pequeña evidenció su pasión por la lectura. Se formó como escritora en distintos talleres literarios. Escribe poesía y narrativa. Narradora de leyendas tradicionales. Conductora de espacios radiales.
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