Narcisa estaba impaciente, pero sobre todo nerviosa. Era la primera vez luego de tantos años que la invitaban a una cita. Un muchacho lungo y esbelto se le declaró hacía unos meses, y prometieron verse luego de que ella resolviera unos asuntos.
La noche anterior casi no pudo dormir. Por la mañana desayunó solo un par de tostadas con mate, y empezó a prepararse para aquel evento. Su casa era un fiel reflejo de su cabeza, todo estaba por cualquier lado.
Se bañó con cuidado y pasó media hora buscando entre el placard y sus cajones aquel conjunto ideal: el vestido blanco con flores y unas chatitas que solo usaba en ocasiones especiales, como aquella.
Se miró en el espejo una vez de frente, y el atuendo le convencía. Luego de perfil, y resopló con disgusto, sabiendo que las masitas de la panadería le mostraron sus verdaderas intenciones en la panza.
De repente se acordó de lo más importante: el perfume. Ella conservaba con orgullo un frasco chiquito y ornamentado, que le daba una fragancia deliciosa. Fue la que usó la tarde en que conoció a su marido Simón, en la plaza del centro. Decía que le trajo suerte.
Revisó en el tercer cajón de su cómoda y no lo halló. Luego el botiquín del baño, la pieza de invitados, el placard de nuevo, la heladera, incluso en el cobertizo. Nada.
Era su amuleto, su sello distintivo, pero ya no estaba. Quiso llamar a su hija, pero no recordaba el funcionamiento del celular que le regaló hacía unos meses. Para colmo ya no tenía el teléfono fijo, por sugerencia de su hijo que se lo cambió por un pack de series y novelas en el televisor, de las cuales con suerte vio poco más de tres.
La hora se acercaba. Narcisa quiso maldecir a su hija por robarle aquel frasquito, pero rezó un Ave María por tener aquel pensamiento culposo.
Resignada, usó uno de Barbie que le iba a regalar a su nieta, pero que comprendió que ya tenía diecisiete, y era poco probable que lo llegase a usar.
Se dirigió a la puerta, y el sol la encandiló en la entrada. Dejando el umbral, sintió algo incómodo en su cara. “¿Telarañas? Pero si limpié todo el fin de semana” se quejó.
Se detuvo por la sorpresa: el muchacho alto y flaco la estaba esperando vestido de traje.
- No podía esperar para verte. ¿Nos vamos preciosa? le dijo con una reverencia.
- Esa misma frase me la dijo mi marido hace años, así que arrancas con desventaja - dijo entre risas Narcisa.
- Fragancia a tutti frutti. Curioso, yo siempre te asocié con rosas y orquídeas - le mencionó aquel hombre entre risas.
- No me hagas acordar, que me pasé toda la tarde buscando mi perfume y…
- ¿Será por casualidad uno como este?
Narcisa lo miró sorprendida. Su cita le extendió una cajita que colocó entre sus manos. Era la misma colonia.
- ¡Ahora si sumaste puntos! ¡Estás lleno de sorpresas! - le dijo con una sonrisa
- En realidad, soy un tipo sencillo - le contestó aquel hombre.
En el momento en él tomó su mano, ella comprendió todo. Suspiró profundo, se aferró al brazo de su compañero, y la luz cálida se los llevó.
Doce del mediodía con veintitrés minutos, alcanzó a decir una enfermera, mientras las sábanas blancas cubrían a Narcisa.
Sobre el autor:
:format(webp):quality(40)/https://ecosdiarioscdn.eleco.com.ar/media/2024/10/jeronimo_franceschini.jpg)
Jerónimo Franceschini. Cronista deportivo, periodista y locutor de distintos segmentos radiales de Necochea. Desde 2017, forma parte del espacio de escritura creativa “Fabuladores”, en donde continúa elaborando anécdotas, relatos y cuentos de su autoría.
:format(webp):quality(40)/https://ecosdiarioscdn.eleco.com.ar/media/2025/09/doce_y_23.jpg)
Para comentar, debés estar registradoPor favor, iniciá sesión