Revalorizar la educación clásica en tiempos de la inteligencia artificial
La experiencia de las Escuelas Chesterton. Un modelo que busca que las familias y los docentes se animen a innovar volviendo a las raíces
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Por Guillermo Marcó (*)
Colaboración
Es sabido que hoy cuesta encontrar respuestas al dilema educativo, frente al enorme desafío que plantea la inteligencia artificial (IA). Estas nuevas herramientas parecen tener todas las respuestas al alcance de la mano y almacenan mucho más contenido del que un ser humano podría aprender en toda una vida. Ante esta realidad, muchos se preguntan: ¿vale la pena seguir estudiando si todo está en internet?
En un sistema en el que la enseñanza tradicional sigue enfocada en la transmisión y memorización de contenidos, no sorprende que muchos alumnos se aburran en la escuela. Nuestra estructura educativa apenas ha variado en décadas, mientras la capacidad de atención de los chicos es cada vez menor.
La cuestión de fondo es más profunda. Educar no consiste solo en acumular información (algo que la IA hace en segundos), sino en formar personas capaces de pensar, discernir y vivir con propósito. Como señaló Emily de Rotstein, “la escuela secundaria es un momento crucial para que los jóvenes aprendan las cosas permanentes, esos estándares verdaderamente inmutables con los cuales medir todo lo demás y contrastar cada idea que encuentren ahora y más adelante”. En otras palabras, la educación debe apuntar a transmitir verdades y valores perdurables, aquello que ninguna máquina puede reemplazar.
Posible respuesta
En este contexto desafiante, una experiencia educativa nacida en Estados Unidos ofrece una posible respuesta. Se trata de las Escuelas Chesterton, un modelo de educación clásica católica que en pocos años se ha expandido notoriamente.
La primera Chesterton Academy fue fundada en 2008, en Minnesota, por un grupo de padres católicos con una misión simple pero ambiciosa: ofrecer una educación secundaria clásica e integral, fiel a la Iglesia y accesible para familias comunes.
Estos padres, preocupados por el futuro educativo de sus hijos, no encontraban en otras escuelas la combinación que buscaban: sólidos conocimientos académicos, junto con formación espiritual, artística y deportiva. Por eso decidieron fundar su propio colegio inspirado en el escritor inglés G. K. Chesterton, de quien tomaron el nombre.
No se trata de agregar más aparatos o apps al aula, sino de revitalizar el currículo con literatura, historia, filosofía y artes, sin descuidar ciencias ni tecnología, pero orientadas todas a una visión trascendente de la vida.
Este enfoque integral busca formar jóvenes virtuosos, creativos y comprometidos. Los alumnos de Chesterton Academy viven valores clásicos con alegría, en un ambiente de disciplina y a la vez de entusiasmo por aprender. Cada día, entre libros clásicos, pinturas, latín, ecuaciones y oración, aprenden no solo qué pensar, sino cómo pensar críticamente y cómo orientar todo conocimiento hacia un propósito más alto. No es extraño entonces que los padres reporten un cambio notable: “Vieron el currículo, presenciaron los frutos de la formación que proveen las academias Chesterton, y dijeron ‘eso queremos también’”.
La educación artística es una pieza fundamental en este modelo educativo. Disciplinas como la pintura, la música y el teatro se integran al currículo al mismo nivel que las ciencias, fomentando la creatividad.
Nacido desde las bases por la iniciativa de familias, el movimiento ha encontrado eco en diócesis y comunidades de distintos países. En menos de dos décadas pasó de una sola escuela piloto a decenas de instituciones con miles de alumnos, y sigue sumando nuevas aperturas cada año.
El pasado 10 de diciembre, la sede de la Pastoral Universitaria de Buenos Aires fue el escenario de una conferencia dedicada a compartir esta innovadora experiencia educativa con la comunidad local. Para la ocasión, viajaron especialmente desde Estados Unidos dos de los referentes del proyecto Chesterton.
Ante un auditorio de directores de colegio y padres de familia, los expositores compartieron cómo un grupo de familias norteamericanas logró convertir su preocupación por la educación de sus hijos en un auténtico laboratorio de renovación pedagógica. Relataron la génesis de la primera Chesterton Academy: aquellos padres veían que a la educación de sus hijos “le faltaba algo” que consideraban esencial. Además de impartir matemáticas, lenguas o ciencias, querían que la escuela ayudara a formar el carácter y el alma de los alumnos, algo cada vez más ausente en muchas instituciones.
Los resultados que describieron son elocuentes. Los alumnos no solo mejoran su rendimiento académico, sino que muestran más interés y alegría por aprender. La combinación de clases rigurosas con arte, música, deportes y vida de fe crea un ambiente educativo que engancha a los jóvenes. En lugar de aburrirse o desconectarse, ellos se sienten parte de una comunidad vibrante que valora la verdad, la belleza y la bondad.
Después de analizar la situación argentina, en particular la gran dificultad en comprensión de textos y el impacto que eso tiene en la continuidad de los estudios, se propuso, en colaboración con la Fundación Pastoral Universitaria San Lucas, iniciar un acompañamiento desde tercer año del secundario con orientación vocacional.
La idea es trabajar temprano con los alumnos para fortalecer hábitos de estudio, lectura y proyecto personal, y así facilitar su paso al mundo universitario. Esto cobra especial relevancia porque la Fundación ofrece becas en algunas de las mejores instituciones privadas del país, con la posibilidad de acceder a esa formación sin costo. El objetivo es que esa oportunidad no sea un hecho aislado, sino el resultado de un proceso sostenido que prepare a los estudiantes para dar continuidad a su camino académico.
Por supuesto, “trasplantar” un modelo educativo implica desafíos. Cada país tiene su realidad cultural y normativa. Pero como señaló Ahlquist, el motor es universal: “El amor de los padres por sus hijos y el deseo de cumplir su vocación de primeros educadores es el mismo en todas partes”. La experiencia Chesterton busca justamente encender esa chispa en las comunidades educativas locales: que las familias y docentes se animen a innovar volviendo a las raíces, recuperando lo mejor de la tradición educativa católica y combinándolo con la creatividad y las necesidades del siglo XXI.
Al finalizar el encuentro, quedó flotando una sensación de esperanza. ¿Será esta la respuesta que estábamos buscando? Frente a la crisis de sentido y de interés que afecta a tantas escuelas, la propuesta de educar con alegría en las verdades permanentes suena refrescante. No se trata de negar la tecnología ni los avances, sino de darles un horizonte humano y trascendente. En un mundo saturado de información, pero hambriento de sabiduría, iniciativas así invitan a pensar que la renovación educativa es posible. Y quizás, como en la parábola del buen sembrador, baste plantar esa semilla de idealismo –como hicieron aquellos padres fundadores en Minnesota– para que nuevas escuelas florezcan donde más se necesitan.///
(*) Párroco de San Lucas. Director del Servicio de Pastoral Universitaria
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