Las pantallas y la salud mental
El cerebro humano no ha evolucionado al mismo ritmo que la tecnología, lo que genera desafíos
Ángel Gargiulo (*)
Colaboración
El 10 de octubre, se conmemoró el día mundial de la salud mental, una excelente oportunidad para reflexionar sobre el impacto de las pantallas en el cerebro. Todos hemos visto alguna vez a una familia que sale a comer y enchufa el celular a los chicos “para que no molesten”. ¿Es sano? ¿Y los adolescentes que no dejan la pantalla ni para comer? ¿Trae esto consecuencias para su salud mental?
En un mundo hiperconectado, el ser humano ha incorporado pantallas como si fuesen parte de su propio ser. Sin embargo, no estamos biológicamente preparados para manejar estos cambios a la velocidad en que suceden.
Nuestro cerebro es el mismo que tenía Dante Alighieri cuando escribió La Divina Comedia hace más de 700 años. La genética y la biología no han cambiado desde entonces. Sin embargo, la tecnología ha avanzado de manera exponencial en pocas décadas. Este desajuste entre nuestro cerebro ancestral y el entorno digital moderno plantea serios retos para la salud mental.
Numerosos estudios han demostrado que pasar demasiado tiempo frente a una pantalla, particularmente en redes sociales, está relacionado con un aumento en los niveles de depresión, intentos y consumación de suicidios, especialmente en adolescentes y jóvenes adultos. Estas plataformas, diseñadas para captar nuestra atención, pueden distorsionar nuestra percepción de la realidad, reforzar comparaciones poco saludables y generar una constante búsqueda de aprobación externa.
Vida interior
Como si todo esto fuera poco, ya hay evidencia científica que indica que estas tecnologías afectan el funcionamiento de la red cerebral de “modo por defecto”, base biológica de la autorreflexión. De esta manera se hace cada vez más difícil meditar o dedicarse a tener una vida “interior”.
Los adolescentes son una población particularmente vulnerable a sufrir problemas de salud mental. Su cerebro está en una fase crítica de desarrollo. Además, la búsqueda de identidad, la validación social y el establecimiento de relaciones juegan un papel central en sus vidas. En este contexto, las redes sociales y las plataformas digitales ofrecen un espacio donde estas necesidades parecen satisfacerse rápidamente, pero también crean un terreno fértil para la ansiedad, la baja autoestima y el aislamiento.
La capacidad de acceso inmediato a noticias y contenido de todo tipo puede ser abrumadora, particularmente cuando el contenido es negativo o alarmante. Los adolescentes, aún en proceso de desarrollar mecanismos de regulación emocional, a menudo carecen de las herramientas necesarias para manejar el impacto emocional de la información que consumen. El ciberacoso, un fenómeno cada vez más común en entornos digitales, añade otra capa de vulnerabilidad a los jóvenes. Además, el uso excesivo de la tecnología también afecta los patrones de sueño, esenciales para el desarrollo emocional y cognitivo en la adolescencia.
Como si todo esto fuese poco, la ludopatía, o adicción al juego, se ha convertido en un problema creciente entre los adolescentes, exacerbado por el fácil acceso a nuevas tecnologías, que a su vez ha normalizado comportamientos de riesgo.
Navegar de forma saludable
Pero no son todas malas noticias. Existen maneras de ayudar a los adolescentes a navegar este mundo digital de forma más saludable. No es necesario retroceder en el tiempo y eliminar los avances digitales. Podemos guiarlos hacia un uso más equilibrado y consciente de las herramientas tecnológicas. Como padres, educadores y profesionales de la salud, es fundamental enseñar a los jóvenes el uso consciente de la tecnología. Crear espacios de desconexión, fomentar la comunicación cara a cara y promover actividades al aire libre o sin pantallas puede marcar una gran diferencia en su bienestar emocional. Al hacerlo, podemos proteger su salud mental y ayudarles a construir una relación más saludable con el mundo digital que los rodea.
Claramente los principales responsables de los chicos son los padres. De nuevo buenas noticias: hoy hay muchos datos científicos que nos permiten saber cómo los padres pueden influir negativa o positivamente en sus hijos adolescentes. El estilo de crianza que los padres eligen puede tener un impacto profundo y duradero en el desarrollo emocional y conductual de sus hijos. Entre los distintos enfoques que los padres pueden adoptar, dos de los más estudiados son el control parental y el monitoreo parental, cada uno con resultados muy diferentes en la conducta de los hijos.
Dos enfoques
El control parental se refiere a un estilo más rígido y autoritario, donde los padres imponen reglas estrictas y toman decisiones por los hijos, a menudo sin permitir que estos expresen sus opiniones o tomen decisiones por sí mismos. Aunque la intención de estos padres puede ser protectora, el exceso de control puede tener efectos paradojales. Los hijos de padres controladores tienden a desarrollar problemas de conducta, como la rebeldía, la falta de autocontrol y la baja autoestima.
En lugar de imponer decisiones, los padres monitoreadores ofrecen orientación y establecen límites claros, pero permiten que los hijos tomen ciertas decisiones dentro de un marco de posibilidades. Este estilo de crianza se asocia con mejores resultados conductuales. Los hijos de padres que monitorean adecuadamente suelen mostrar mayores niveles de responsabilidad, autocontrol y bienestar emocional. Este enfoque fomenta la independencia y la confianza en uno mismo, ya que los hijos aprenden a manejar sus propias elecciones, sabiendo que cuentan con el apoyo y la guía de sus padres. Un padre que monitorea podría establecer límites razonables, explicar los riesgos y tener conversaciones abiertas sobre el contenido en línea, permitiendo que el hijo desarrolle una relación más saludable y autónoma con la tecnología.
Claramente desarrollar un adecuado estilo de crianza es una tarea compleja. Es esperable que una misma persona fluctúe entre sus estilos, hasta que finalmente aprenda qué es lo más efectivo. Creo que al menos saber que ayudar a los chicos en su desarrollo no es magia o fruto del azar, da mucha esperanza en este mundo cada vez más complejo. Hoy en día tenemos la suerte de saber qué botones tocar, entendiendo obviamente que no es fácil. Me gusta la idea y el mensaje de que no todo es “esfuerzo”. El control implica mucho “esfuerzo”. Generar empatía, confianza, es más una cuestión de escuchar y dedicar tiempo a los demás. Ni siquiera hace falta saber qué decir. Con callarse y escuchar a veces es más que suficiente. Sé que suena simple y que muchas veces lo que no hay es tiempo, pero nadie me puede decir que estas cuestiones no están a su alcance.
(*) Médico psiquiatra
Comentarios
Para comentar, debés estar registrado
Por favor, iniciá sesión