La economía no puede conducir a la política
La idea de leyes salvadoras acompañadas de un ajuste feroz no tiene nada de novedoso
Nos tocó nacer, crecer, estudiar, militar políticamente en una sociedad signada por el esfuerzo, el trabajo y el desarrollo. Como contracara, en el final de nuestras vidas, habitamos una nación que perdió su idea de patria.
Éramos un gran país, una sociedad en vías de desarrollo, idea presente en la mayoría de las corrientes de pensamiento: Frondizi, Perón, el Yrigoyenismo. Más adelante, se instaló la estructura que podemos llamar colonial, la de los negocios, que introdujo -para luego incrementar- una pobreza inexistente en la anterior, que hoy condena a más de la mitad de nuestra sociedad.
Milei se concibe a sí mismo como el autor de una receta mágica -basada esencialmente en un egoísmo despiadado- susceptible, a su entender, de salvar a los pueblos. En tiempos del Estado de bienestar, las teorías económicas hacían pie en la solidaridad como madre de la política. Hoy, la mezquindad y el individualismo son los gestores del economicismo, y la economía no puede conducir a la política.
Así, vemos con dolor que se está discutiendo el derecho al alimento, a la generosidad de distribuirlo, con la excusa de que en algunos comedores populares se encontró corrupción, como si esa parte más solidaria de la sociedad pudiera ser corrompida o devaluada por una minoría coyuntural. Todo generado desde hipérboles varias, acusaciones internas y mentiras multiformes.
“Nadie se muere de hambre”
Todo, con la finalidad de no entregar nada porque “aquí, nadie se muere de hambre” y “cualquiera sobrevive como mejor le parezca, posee la libertad de hacerlo” dado que las estructuras sociales son repudiables para el anarco capitalismo. Y todo también, y afortunadamente, para verse obligados a entregar una comida que sí era perecedera y sí estaba a punto de vencer, mientras los funcionarios incompetentes y malintencionados de este gobierno aducían ante un más que complaciente conductor televisivo que se trataba tan solo de paquetes de yerba con los que se pretendía engañar el estómago de los pobres, culpando al gobierno anterior de tales prácticas. Hay una intolerable perversión en la voluntad de no cubrir las necesidades de aquellos que hoy padecen hambre imposible de ser mezclada con alguna confusa señal del enorme sistema de solidaridad. Por último, y para terminar con este grotesco cargado de mala fe, intervinieron la Justicia y la Iglesia católica, representadas por el juez Sebastián Casanello y Monseñor Oscar Ojea. Punto final, quiero creer, aunque a estas horas Pettovello sigue incumpliendo la orden del magistrado.
Lentamente, la sociedad deja de tomar a la anti- política como una salida de aquella estructura corrupta que le dio poco de lo prometido. Es que al no ser la anti-política la solución, el dolor lleva a la ciudadanía a ir abandonando su última esperanza, esa expectativa que tiende a manifestarse ante lo novedoso, lo espectacular, la ilusión de cambio, cuando sólo se está ante la prepotente e impiadosa negación de lo fraternal.
Vivimos en el absurdo de una sociedad fracasada, capaz de elegir a un presidente que le explica al mundo cómo tener un mejor futuro siendo el faro de Occidente. Hecho que está lejos de poder plasmar en la sociedad que conduce y en la que ni siquiera intenta hacerlo. La idea de leyes salvadoras acompañadas de un ajuste feroz no tiene nada de novedoso. Son las eternas reglas que las dictaduras, en períodos de decadencia, se pueden imponer como variantes de la democracia.
Algunos dicen que hay que permitirle a este gobierno esas leyes salvadoras. ¿Salvadoras para quién? La salvación está en el esfuerzo, en la industria y en la producción nacional, en la capacidad de los argentinos de encontrar salidas que transiten el sentido común y no en las rimbombantes y perjudiciales propuestas sin rumbo ni significación alguna.///
Por Julio Bárbaro- Político y analista argentino.
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