“Heredé la profesión de mi abuelo, algo que agradezco con el alma”
Aseguró Marita Daniele, quien resaltó el emprendimiento desarrollado por Francisco Barbuto. “Comencé a trabajar con mi tío José Miguel y luego de más de 19 años, llega el final”, acotó.
Mario Maruca
Redacción
“El vivero original comenzó en Necochea, con mi abuelo Francisco Barbuto, aproximadamente, entre 1938 y 1940, en una quinta situada entre las calles 45 y 47 entre 90 y 94”, sostuvo Marita Daniele, integrante de la tercera generación de trabajo.
“Luego, cuando decidieron cerrar, no pudieron evitar trabajar y continuaron en otro predio de avenida 59 y ruta nacional 228, y yo vivía en la estación de servicio del Gaucho con mi familia”, acotó.
“Los abuelos eran los productores y continuaron en ese lugar, mientras que mi tío José Miguel, abrió su negocio en la avenida 59 entre 76 y 78, donde exhibía a la venta plantas de interiores”, recordó Marita durante la charla con Ecos Diarios.
Con emoción señaló que “quién me apuntaló y de quien heredé la profesión, fue mi abuelo Francisco Barbuto, cosa que agradezco con el alma y mi tío José Miguel, ya en su adolescencia fue quien trabajo a la par de mi abuelo”.
El legado familiar
Marita comenzó a trabajar como empleada de su tío entre los años 2000 y 2001, mientras que en el 2006, cuando don José Miguel se jubiló, la mujer tomó las riendas del vivero San Miguel en la avenida 59.
Luego, en el 2015, la propuesta se trasladó al inmueble de calle 572 entre 519 y 521, de Quequén, donde se transcurre con la última fase de una rica historia de vida comercial y de servicio a la comunidad.
“Realmente, estoy cansada. Es un trabajo duro, han sido 19 años de trabajar sola, más los que trabajé antes con mi tío. Todo tiene su final, influyen los años y el trabajo pesado, aunque espero haber defendido la profesión y el legado familiar como corresponde”, enfatizó Daniele.
Amor por las plantas
Mientras recorría las instalaciones del vivero en Quequén, Marita sostuvo que “las plantas me gustan todas. Es que casi todos los nietos, nacimos en el primer vivero familiar y esta actividad la amamos desde chicos”, mientras alguna lágrima de sus ojos se desprendía.
“He tratado de mantener muchos de los clientes que heredé de las personas que me apuntalaron y pienso continuar con el asesoramiento, el paisajismo y mantenimiento de mis clientes actuales, una labor un poco más liviana”, manifestó.
“Se cierra una etapa en mi trabajo, a veces, cuando analizo la realidad, sostengo que ya no tengo sangre, más bien, tengo sabia, es duro, pero soy feliz con lo que hice y agradezco lo que heredé”, aseguró.
“De los trabajos que tuve, fue el más satisfactorio y uno lo descubre con el transcurrir de la vida. Es que atesoramos la infancia más feliz que un ser humano puede tener, criarnos entre las plantas y arrancar una fruta del árbol, los olores, es algo maravilloso y no cambio esos momentos por nada”, afirmó Daniele.
Perfil
“Gracias por la herencia”, escribió Daniele, un cuento con sentimiento
Marita Daniele expresó sus sentimientos y emociones al recordar etapas hermosas de su niñez y adolescencia. Lo escribí para mis abuelos, el 21 de marzo de 1992, de quienes heredé la profesión que hoy tengo... y trato de mantener con humildad y trabajo honestamente.
“Hoy me dieron ganas de escribir para mí, y para todos los que hace ya, bastante tiempo fuimos pisoteando la infancia sobre tréboles y hojitas de menta, en el vivero de los abuelos... Me dieron ganas, de tristeza, de ternura, de pura nostalgia nomas que me da recordar aquella época, donde cada domingo, entre primos y hermanos organizábamos un ejército, preparados a disfrutar de todo lo maravilloso que allí se respiraba.
... Era un festín entrar y salir de la casa, como escurridizos pequeños ladrones de pan mojados en el tuco de la abuela. Desafiantes hasta con la lluvia, la que nos bendecía de los pies a la cabeza... Siempre corriendo, nos obligábamos a vivir a pleno, las horas que nos quedaban para ‘gastar’, en nuestro paraíso verde.
Se nos pasaron los años, entre ciruelos, flores de aromo y plantas de naranja lima...narices de payaso y cachetes redondos azules, dibujados con el jugo de las moras... y era un dulce desafío, con gusto a higos de tuna, bancarse la incomodidad de miles de espinitas en las manos, pero que el abuelo nos enseñó a quitárnosla amasando barro.
Aprendimos a silbar la hora del mate cocido... y empapamos el tiempo, colgados del tanque, al pie del molino, tratando de atrapar algún pececito que se animara a llegar hasta las migas de pan que sosteníamos entre las manos... y al final, todos nos fuimos llevando alguno, con la enorme satisfacción de mérito propio.
Y la niñez se nos fue yendo, subida a las ruedas del viejo charrete del abuelo, que servía de amparo al perro, pero que en algún tiempo atrás habías paseado con orgullo a toda la familia.
Fuimos enterrando aquella etapa, en cada vasito que llenábamos con tierra preparada, para que la mano de la abuela, diera a luz a un gajo de ‘siempre verde’.
Caminamos esa época por senderos de mandarinas y uva inglesa, nos bebimos todos los oles a la sombra de la glorieta y regamos con gotitas de rocío, nuestro paisaje fresco, que hoy guardamos como un tesoro entre nísperos y cerezos...
Fuimos creciendo, y no pudimos retener la niñez, más que en el recuerdo, pero todos nos fuimos haciendo un poco tronco, rama y brote... Se nos fue haciendo de savia, la sangre y nos perfumamos con jazmines y azaleas. Nos fuimos alzando en actitud de vuelo cual si fuéramos álamos... nos aprendimos el verde, pero nos quedamos pegados a la noble tierra como raíces de tilos, en agradecimiento a todo lo vivido... porque esa fue la mejor herencia que nos pudieron dejar.
Gracias... gracias por haber sembrado flores en mi infancia que hacen que hoy coseche el mejor de los recuerdos... Gracias por la herencia.
Esto lo escribí para mis abuelos Barbuto, uno de los primeros titulares de un vivero en mi ciudad”.
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