El Coliseo Romano, una joya histórica que resiste al tiempo
Entre ruinas y relatos, revive la grandeza del Imperio Romano
En el marco de una nueva entrega de “Otra Historia”, Jorgelina  Fiorito con entusiasmo y humor compartió un repaso sobre el Coliseo Romano, una de las construcciones más emblemáticas de la humanidad. Más allá de la postal turística, el anfiteatro Flavio fue escenario de la grandeza imperial, pero también de la crueldad y del espectáculo como forma de control social.
La charla surgió casi de manera casual: “Una amiga se mudó y, ayudándola a decorar, encontré un pequeño coliseo muy feo. Ahí me pregunté: ¿qué onda con el Coliseo? Y empecé a investigar”, relató Fiorito en su espacio semanal en el programa ¿Lo dije o lo pensé?, por Ecos Radio. De esa anécdota doméstica brotó una reflexión profunda sobre uno de los símbolos más reconocidos de Roma.
El Coliseo comenzó a construirse bajo el mandato de Vespasiano, entre el 70 y el 72 d.C., aunque el emperador murió antes de ver la obra terminada. Fueron sus hijos, Tito y Domiciano, quienes completaron la edificación. “Se lo conoce también como anfiteatro Flavio”, explicó Toquillama, aludiendo a la dinastía que impulsó el proyecto. En apenas ocho años, sobre un terreno donde antes Nerón había construido un lago artificial, se levantó una infraestructura monumental con capacidad para 50 mil espectadores.
Evacuación en 5 minutos
El dato sorprende: el público podía ser evacuado en apenas cinco minutos gracias a un sofisticado sistema de accesos. Esclavos y mujeres tenían permitido el ingreso, aunque no podían ocupar los mismos lugares que los hombres libres. Más allá de las jerarquías, el Coliseo funcionaba como un espacio de encuentro colectivo.
Las luchas de gladiadores fueron el corazón del espectáculo, aunque no el único. “Peleaban no solo entre ellos, también contra animales traídos de África: rinocerontes, tigres, elefantes”, contó la profesora. Estas exhibiciones implicaban traslados enormes y la muerte de miles de seres vivos. En las inauguraciones, que podían durar cien días, se calcula que murieron cientos de miles de personas y animales.
Otra de las formas de entretenimiento fueron las naumaquias, batallas navales para las que se llenaba de agua la arena del anfiteatro. “Tardaban 35 minutos en convertirlo en una pileta y los barcos se construían directamente adentro”, explicó Toquillama. Además, el espectáculo se potenciaba con escenografías móviles, ascensores que elevaban gladiadores o fieras, y hasta dardos para enfurecer a los animales.
Los gladiadores, muchos de ellos esclavos y prisioneros de guerra, podían convertirse en celebridades. Su destino estaba en manos del público y del emperador, que con un gesto de pulgar arriba o abajo decidía si sobrevivían para pelear otra vez o eran ejecutados. “Era un sistema de diversión, pero también de control social”, señaló la entrevistada.
El Coliseo no perdió protagonismo con la caída del Imperio Romano de Occidente en el 476. Durante la Edad Media llegó a ser utilizado como mercado, fábrica de vino e incluso cantera: de allí se extrajeron piedras para construir iglesias, hospitales y parte del Vaticano. Recién en el siglo XIV pasó a manos de la Iglesia y hoy es Patrimonio de la Humanidad.
La magnitud de aquel espectáculo resulta difícil de imaginar en tiempos modernos. “Pensemos en un estadio como el de Vélez, lleno de agua y con barcos batallando adentro. Es un delirio absoluto”, sintetizó Toquillama. Sin embargo, más allá de la distancia histórica, el Coliseo sigue interpelando: muestra la fascinación humana por el espectáculo, la violencia como forma de poder y la contradicción entre el esplendor arquitectónico y la crueldad que albergó entre sus muros.
Fiorito cerró la charla trazando un paralelismo inesperado: “Lo más parecido al Coliseo Romano que tenemos hoy es el programa de Guido Kaczka”. La risa alivió la densidad del tema, pero la huella del Coliseo quedó flotando: un recordatorio de cómo la historia de Roma todavía late en nuestra forma de pensar el poder, el entretenimiento y la memoria.///
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